viernes, 20 de febrero de 2015

Primeros capítulos de la Paleobiología de dinosaurios (II)

Este artículo ha sido reeditado de su versión original publicada el 21 de febrero de 2015, con clarificaciones sobre la taxonomía de Iguanodon y notas sobre los debates entre los transformistas y los fijistas.

Anatomía comparada e Iguanodon bernissatensis





Página 187 del libro El Mundo Perdido, que ilustra unos iguanodontes comiendo de unas palmas en las llanuras de América del Sur.

–[Lord John...] A nosotros mismos esto nos parecerá algo soñado, dentro de un mes o dos ¿Qué dijo usted que eran?
–Iguanodontes –dijo Summerlee–. Puede usted encontrar sus huellas por todas las arenas de Hastings, en Kent y en Sussex. Pululaban en el sur de Inglaterra cuando allí abundaban las sabrosas sustancias vegetales que les permitían alimentarse. Cuando las condiciones cambiaron, las bestias no pudieron sobrevivir. Al parecer, aquí no han cambiado esas condiciones y estas bestias siguen viviendo.
–Si alguna vez logramos salir vivos de aquí, me gustaría llevar conmigo una cabeza –dijo Lord John–¡Por Dios! ¡Si vieran esto algunos de los muchachos de Somalilandia y Uganda se pondrían verdes! No sé lo que ustedes piensan, camaradas, pero yo me huelo algo extraño, como si estuviéramos todo el tiempo sobre una capa de hielo a punto de quebrarse.

Fragmento del Capítulo 10. Han ocurrido las cosas más extraordinarias, de El Mundo Perdido, Arthur Conan Doyle, 1912

 

Gideon Mantell comenzó a colectar fósiles en 1819 en una cantera cerca del pueblo de Cuckfield, en Sussex Oriental. Su esposa, Mary Ann, también se interesó en la recolección e ilustración de fósiles. La historia cuenta que un día Mary Ann daba un paseo por la región mientras Gideon veía a un paciente cuando encontró los fósiles de lo que parecían ser unos dientes; Mary Ann los recolectó y se los llevó a casa.

 

Una vez en casa, en la ciudad de Lewes, Mantell estudió el fósil descubierto por su esposa y concluyó que se trataba de un diente fosilizado de un vertebrado hasta ese entonces desconocido. Se las arregló para conseguir información sobre la procedencia de las rocas que se utilizarían en Cuckfield para el camino y supo que la fuente era una cantera de caliza en Whitemans Green. Al llegar a la cantera, Mantell consiguió más dientes y huesos y amplió su búsqueda hacia el Bosque Tilgate, un bosque de coníferas de las cercanías, donde encontró todavía más restos fósiles del mismo tipo. Al no ser capaz de identificar los restos como pertenecientes a una especie actual en particular, decidió enviarlos a dos eminencias de la historia natural: Georges Cuvier en París y William Buckland en Oxford.

 

Ilustración de los dientes de “Iguanodon” anglicus encontrados por Gideon Mantell en 1822. La historia que usualmente se cuenta sobre el descubrimiento de este especímen es que Mary Ann los descubrió mientras Gideon visitaba a un paciente, sin embargo esta historia es probablemente apócrifa. Gideon sí afirmó en dos ocasiones (1822 y 1837) que Mary Ann descubrió los fósiles, pero no explicó las circunstancias. Estos dientes son los que fueron nombrados primero como Iguanodon, pero al estar aislados, no es posible determinar con certeza que estos fósiles pertenecieron a los esqueletos descubiertos después en Bélgica e Inglaterra. En el año 2000, la Comisión Internacional de Nomenclatura Zoológica sugirió que el nombre Iguanodon se refiriera solamente al esqueleto descubierto en Bélgica (Iguanodon bernissartensis) y los dientes descubiertos por Gideon son ahora conocidos como Therosaurus anglicus, un género de ornitópodo con afinidades dudosas.

 

Primeras ideas

Como resultado, Mantell recibió dos diagnósticos. Para Cuvier, se trataban de los restos de un rinoceronte, mientras que para Buckland era un gran pez y sugería a Mantell no darle más vueltas al asunto. Mantell no se convenció. Al continuar estudiando las rocas de las que provenían los huesos, determinó que el animal al que había pertenecido debió haber vivido en el Mesozoico. Por aquél entonces, los únicos restos que se habían encontrado para el periodo Cretácico inglés eran fósiles marinos, lo que suponía que la isla había estado inundada en el pasado y dirigía a la conclusión lógica de que los restos pertenecían a un pez. Cuvier, sin embargo, en Francia, mantenía la duda.

 

Mantell estudió medicina en el Colegio Real de Cirujanos en Londres, de donde se graduó en 1811. Al visitar nuevamente su antigua escuela en 1825 se encontró con el naturalista y geólogo Samuel Stutchbury, quien estaba en calidad de curador visitante. Stutchbury acababa de preparar un espécimen de iguana que sería exhibido en el Museo Hunteriano: la iguana había sido enviada por un naturalista inglés a bordo del Beagle en su viaje de circunnavegación por el globo, un tal Charles Darwin.

 

Al comparar los dientes de los fósiles de Mantell con los de su espécimen, Stutchbury sugirió una tercera posibilidad: una iguana. Fue ahí cuando Mantell se dio cuenta de que no había encontrado ni un pez ni un mamífero, sino los restos de un reptil gigante. Un año atrás, William Buckland había hecho pública la descripción de un reptil gigante del Mesozoico, el Megalosaurus ¿Serían estos huesos los restos de una criatura semejante?

 


Bosquejo de la Cantera Tilgate con Gideon Mantell viendo los fósiles siendo desenterrados. Por desconocido. Librería de Nueva Zelanda, Colecciones de la Biblioteca Turnball. Dominio público.

 

Mantell decidió publicar el hallazgo del Iguana-saurus en un artículo donde describía el material hallado tres años atrás. Poco antes de publicar, recibió una carta del amigo de Buckland, William Coneybeare, donde le sugería un nuevo nombre: “Tu descubrimiento de las analogías entre los dientes de Iguana y los fósiles es muy interesante, pero el nombre no funcionará, porque es igualmente aplicable a la Iguana reciente. Iguanoides o Iguanodon serían mejores”. Fue así como fue nombrado el segundo reptil gigante del Mesozoico: Iguanodon o "diente de iguana". El hallazgo fue publicado en un artículo titulado “Aviso sobre el Iguanodon, un reptil fósil recién descubierto, en la arenisca del bosque de Tilgate, en Sussex”, publicado en las Transacciones Filosóficas de la Sociedad Real de Londres.

 

Hallazgos posteriores

En 1834 las noticias de un nuevo hallazgo encontrado en Maidstone llegaron a Mantell. Durante los trabajos de extracción en una cantera se había dinamitado una pared de roca y entre los restos había quedado desenterrado un bloque con un conjunto desarticulado de huesos de lo que parecía haber sido una gran bestia. El dueño de la cantera solicitó la cantidad de £25.00 para permitirle a Mantell quedarse con los restos, el equivalente a £1,463.25 actuales, €1,979.94 o $2,249.65USD. Mantell y sus conocidos lograron juntar el dinero y adquirir el espécimen y Mantell dedicó entonces su tiempo a intentar reconstruir en el papel al animal que él veía en el bloque.

A partir de la idea de que se trataba de un reptil "iguanesco" reconstruyó al animal con la semejanza de una iguana. Los mismos huesos del reptil se correspondían con los que estaban en la gran laja de roca y dibujó la primera reconstrucción del animal. La característica sobresaliente era un hueso que Mantell identificó como un cuerno, pues se parecía mucho a los cuernos de los actuales rinocerontes -tal vez inspirada de la idea original de Cuvier-. Así, el Iguanodon de Mantell era una iguana gigantesca con un cuerno en el hocico.


Primera reconstrucción de un Iguanodon realizada por Mantell, basada en los restos de Maidstone. Tras la designación del espécimen de Bélgica como el nuevo material tipo de Iguanodon, los huesos rescatados de la cantera de Maidstone tuvieron que ser reclasificados. En 2012 fueron renombrados como Mantellodon carpenteri, pero una comparación más detallada realizada un año después con otro fósil más completo recuperado de una cantera de la Formación Vectis en 1914 que llevaba el nombre Mantellisaurus atherfieldensis.


Dibujo de la laja comprada por Mantell en Maidstone; el esqueleto es referido en la actualidad como Mantellisaurus.

 

Durante la primera mitad del siglo XXI, los naturalistas comenzaron a proponer que las semejanzas que se veían entre grupos sugerían que los organismos podían cambiar con el paso del tiempo. A estas propuestas las conocemos ahora como “transformismo” o “transmutación de las especies” y se consideran como ideas “pre-evolucionistas”. A diferencia de los evolucionistas, los transformistas consideraban estos cambios como accidentes o eventos aislados, o las explicaban como el resultado de fuerzas metafísicas. Los evolucionistas que le siguieron después consideran que las semejanzas entre organismos se explican por la ascendencia común y que actúa en todos los seres vivos. Sin embargo, a mediados del siglo XIX, la diversidad de explicaciones de los transformistas encontró oposición férrea de aquellos que ahora conocemos como fijistas, quienes consideraban que los seres vivos que existen en la actualidad siempre han existido. Richard Owen, quien acuñó la palabra “dinosaurio” fue uno de estos fijistas. Para el 1842, ya se había descrito otra criatura semejante al Iguanodon, el Hylaesaurus, y Owen decidió que el grupo Orden Sauria, que incluía a las lagartijas, no era lo más adecuado para describir a estas criaturas, por lo que creó el Orden Dinosauria. Owen realizó esta clasificación para evitar la creencia de que estos animales eran reptiles y los comparó en su lugar con los mamíferos, “bestias”.

 

Este grupo de criaturas extintas estaba fascinando al mundo. Charles Darwin también contemplaba con asombro cómo estas fantásticas bestias eran descubiertas y cómo prometían revolucionar lo que se sabía de la historia natural del mundo. En 1852, a tono con esa fascinación, Owen mandó construir modelos a escala de los dinosaurios descubiertos y así surgieron las representaciones clásicas de los dinosaurios victorianos. El Iguanodon era una iguana gigantesca que parecía más un rinoceronte que un reptil.

 


Estudio de Sydenham. Por desconocido. Benjamin Waterhouse fue el comisionado por Owen para realizar réplicas del Iguanodon de Mantell y otros dinosaurios recién descubiertos, incluido el Megalosaurus de Buckland, pero reconstruyéndolos como mamíferos. Gideon Mantell, quien sospechaba que estos animales eran más gráciles y se parecían más a las lagartijas, murió en 1852, cuando los dinosaurios fueron comisionados por Owen.

 

El Iguanodon se pone de pie

 

En 1854, el inglés Samuel Beckles, quien después sería considerado como el primer cazador de dinosaurios, descubrió un gran número de pisadas de tres dedos que parecían ser de un ave de gran tamaño en la Formación Weald de la isla británica de Wight. Beckles se aventuró a decir que en realidad eran pisadas de algún dinosaurio. Poco después descubrió en la Isla una pierna completa de un dinosaurio; Beckles llevó su hallazgo a Richard Owen y determinó que se trataba de un Iguanodon joven. Owen confirmó que la pata era del mismo tamaño que las huellas encontradas, pero a tono con su escepticismo hacia el transformismo que flotaba en el aire, determinó que esto era coincidencia.

 

Beckles publicó su hallazgo ese año en el Quaterly Journal de la Sociedad Geológica de Londres, donde las identificó como ornitodicnitas, “pisadas de ave” en griego clásico. Posteriormente, tras cuatro años de considerar la cuestión, Owen publicó en 1858 que en efecto las pisadas de tres dedos correspondían con la extremidad trasera descubierta por Beckles.

 

Tras la publicación del libro El Origen de las Especies en 1859 de Charles Darwin, Richard Owen declaró estar en rotundo desacuerdo con los postulados de Darwin. Si bien, aceptaba que la evolución era un hecho que permitía entender la historia natural, los mecanismos que proponía Darwin eran demasiado simplistas para Owen, quien tenía ideas más acorde con el neoplatonismo. Owen consideraba que las similitudes entre los diversos organismos se debían a que en la mente del creador existían “arquetipos”, ideas primigenias que servían de inspiración. Las relaciones de semejanza entre los seres vivos permitían entender los patrones que regían la mente divina y que permitían adentrarse en el “orden natural” que buscaba Linneo.

 

Thomas Huxley utilizó la monografía de Owen para demostrar que Iguanodon tenía la suficiente fuerza para caminar erguido, razón por la cual no se habían encontrado pisadas de las patas delanteras. Esto era evidencia suficiente para sostener que mediante el proceso de selección natural era posible trazar una conexión entre las aves y los dinosaurios, ambos compartían un ancestro común, algún reptil. Esta hipótesis la publicó Huxley en 1868 en Annals and Magazine of Natural History, titulado "Sobre los animales que son casi cercanamente intermedios entre las Aves y los Reptiles".

 

Posteriores descubrimientos cerca de la misma fecha, pero en los Estados Unidos, confirmaron que habían existido dinosaurios en efecto bípedos, relegando los modelos de Owen a meras curiosidades de una época que ya había pasado. Así fue como el Iguanodon se puso de pie.

 

Bibliografía consultada

  • Dollo, L. (1882). "Première note sur les dinosauriens de Bernissart". Bulletin du Musée Royal d'Histoire Naturelle de Belgique 1:161-168.
  • Horner, J. R.; Weishampel, David B.; Foster, Catherine, A. (2004) "Hadrosauridae". En Weishampel, D. B.; Dodson, P.; Osmólska, H. The Dinosauria (2nd ed.). Berkeley: University of California Press. pp. 438-463.
  • Norman, D. B.; Weishampel, D. B. (1990). "Iguanodontidae and related ornithopods". En Weishampel, David B.; Dodson, Peter; Osmólska, Halszka. The Dinosauria. Berkeley: University of California Press. pp. 510–533.
  • Norman, D. B. (2011). "On the osteology of the lower wealden (valanginian) ornithopod barilium dawsoni (iguanodontia: styracosterna)". Special Papers in Palaeontology. 86: 165–194.
  • Mantell, G. A. (1848). "On the structure of the jaws and teeth of the Iguanodon". Philosophical Transactions of the Royal Society of London 138: 183–202.
  • Mantell, G. A. (1825). "Notice on the Iguanodon, a newly discovered fossil reptile, from the sandstone of Tilgate forest, in Sussex". Philosophical Transactions of the Royal Society 115: 179–186.
  • Owen, R. (1858). "Monograph on the Fossil Reptilia of the Wealden and Purbeck Formations. Part IV. Dinosauria (Hylaeosaurus)".
  • Paul, G.S. (2012). "Notes on the rising diversity of Iguanodont taxa, and Iguanodonts named after Darwin, Huxley, and evolutionary science." Actas de V Jornadas Internacionales sobre Paleontología de Dinosaurios y su Entorno, Salas de los Infantes, Burgos. p123-133.

sábado, 14 de febrero de 2015

Paleontología heráldica

Heraldic Banners of the Knights of the Garter mid-16th Century
Escudos heráldicos de la Orden de la Jarratera, máxima del sistema de honores de Gran Bretaña, con una bestia respectiva. Es parte de la Orden de Caballeros más antigua del Reino Unido, fundada en 1348 por el rey Eduardo III

La heráldica es la ciencia que se dedica a estudiar los escudos de armas de los linajes, asociaciones, instituciones, ciudades o estados. Estos escudos de armas suelen simbolizar un aspecto histórico o sobresaliente de quien lo elige y permite darle un símbolo de identidad.

Para muchas ciudades y municipios alrededor del mundo, el descubrimiento de ciertos fósiles en la región les dio una distinción e identidad tal que se tradujo en escudos de armas que les representaban. Aprovechando que en internet se presta la mejor excusa para realizar listados, a continuación un primer listado de algunas ciudades y municipios que contienen fósiles y la historia detrás de ellos.

lunes, 9 de febrero de 2015

Las brujas de Salem y los saurópodos embrujados


Esclerocio de Claviceps purpurea, un ascomicete
colgando de la espiga de un centeno.
De Dominic Jacquin.
El cuadro de arriba se conoce como La Examinación de la Bruja, del pintor estadunidense Thomas H. Matteson (1813-1884) en el que se retrata una corte estadunidense en torno a una joven a la que se le acusa de brujería. En el suelo se encuentra un joven que parece haber sido víctima de un encantamiento lanzado a él por la bruja enjuiciada. La escena pintada en 1853 se inspiró en los juicios de Salem, uno de los episodios más cruentos de la historia estadunidense. Durante la época colonial, entre febrero de 1692 y mayo de 1693, se enjuició y condenó a muerte a veinte personas por el cargo de brujería, algo que en aquella época implicaba por consecuencia un trato cercano con el mismo Diablo.

Actualmente, existen historiadores que buscan encontrar una explicación a los supuestos encantamientos de la región durante ese año. Una de las hipótesis más populares para explicar los síntomas de las personas que se decían afectadas es que fueron víctimas de envenenamiento por ergot o cornezuelo, una especie de hongo conocida como Claviceps purpurea que parásita las plantas de centeno. La aflicción se conoce como ergotismo. De acuerdo con los registros históricos del juicio, parte de lo síntomas eran las convulsiones y las alucinaciones; es más, una de las evidencias contra las acusadas eran las personas que los afectados alucinaban durante su trance (Linnda Caporael, 1976).

viernes, 6 de febrero de 2015

El camino del Homo sapiens o La Marcha del Progreso



La imagen de portada es tan conocida que probablemente haya visto cientos o miles de réplicas, pero nunca a la versión original. Se le conoce como La Marcha del Progreso y se usó para ilustrar la evolución del linaje homínido. Sin embargo, a pesar de que la imagen era un excelente resumen de la evolución de este linaje, el panel superior que muestra una línea del tiempo cayó en el olvido y la memoria colectiva preservó solamente la escena inferior: una marcha de cómo un simio se convierte en un ser humano moderno. Esta imagen crearía la falsa noción de que los científicos pensaban que el ser humano era producto de una transformación gradual desde los simios ¿Qué sucedió? ¿Fue una mala representación de la evolución de un mal libro de ciencia? ¿O fue la gente que no entendió? ¿Fue una combinación de ambos?

El Pleistoceno del Valle de México

Cazadores del Pleistoceno atacando a un mamut de Columbia.
Maqueta del Museo Nacional de Antropología.

El Sistema de Transporte Colectivo de la Ciudad de México ha logrado gestionarse como un gran museo público subterráneo cuya entrada cuesta lo mismo que el boleto de viaje, $5.00 (pesos mexicanos, = 0.34 dólares estadunidenses, =0.06 euros). Es un museo que resume la historia natural de la Cuenca de México, desde las faunas del Pleistoceno que habitaron en la zona lacustre, pasando por las civilizaciones asentadas en la región, la conquista por los españoles y su asentamiento colonial y el desarrollo del México moderno. El metro, como es conocido comúnmente, también expone una gran cantidad de murales y está decorado por múltiples esculturas, distribuidas en sus ahora 195 estaciones.


Gracias a la construcción del Metro pudieron desenterrarse muchos yacimientos arqueológicos de las civilizaciones previamente asentadas en el país, así como un registro fósil de la fauna pleistocénica que habitó la Cuenca de México. El proyecto inició a construirse en el año 1967 como respuesta al gran número de habitantes de la Ciudad de México, que para ese año era de 5 millones quienes sobrecargaban las 7,200 unidades de transporte público.



Metro de la cd de México, Oceanía - Rio Consulado
Metro de la Ciudad de México, tramo Oceanía-Consulado

miércoles, 4 de febrero de 2015

La isla de los dinosaurios enanos

Telmatosaurus.jpg
Cráneo de Telmatosaurus transilvanicus dibujado por Franz Nopcsa en 1935 en su obra Dinosaurierreste aus Siebenbürgen. Licensed for Public Domain.
El año pasado, o hace dos meses, hablé de los objetos y campos de estudio de la paleontología y de la paleobiología. En aquella ocasión referí a esas definiciones para hablar sobre la primera reconstrucción paleoecológica realizada de manera gráfica, la acuarela en vista tipo acuario de En el Antiguo Dorset. Sin embargo, ése no fue el primer trabajo paleobiológico realizado. Esa historia tendría lugar en Europa Oriental, en lo que antes se conocía como el Imperio Austro-húngaro.

Franz Nopcsa (1877-1930) fue el primer paleobiólogo de la historia, pues trató de entender la fisiología y ecología de los dinosaurios sin haber tenido la fortuna de haberlos observado vivos. Para comprender lo revolucionario de sus ideas, es importante tener en cuenta el contexto del consenso científico en su época, resumido en cuatro fechas claves:
  • 1796. La paleontología, entendida como el estudio de los fósiles considerados como evidencias de una vida del pasado, tuvo sus inicios en la escuela pitagórica de la Antigua Grecia. Si bien, el origen orgánico de los fósiles es una idea bastante antigua, se consolidó de manera científica tras el trabajo del naturalista francés Georges Cuvier (1769-1832), quien estableció que los fósiles no representaban solamente vestigios de vida del pasado, sino que los fósiles que carecían de un semejante en nuestros tiempos pertenecían a grupos de animales y plantas que se habían extinto. Esta fue la primera explicación sobre la naturaleza de los fósiles; la obra titulada Memoire sur les especes d'Elephants tant vivantes que fossiles (Memoria sobre las especies de elefantes tanto vivientes como fósiles) fue publicada en 1796.
  • 1842. El grupo Dinosauria fue creado en 1842 por el biólogo, anatomista comparativo y paleontólogo británico Sir Richard Owen (1804-1892), como una tribu o suborden dentro del orden de los Saurios (lagartos y lagartijas) en la clase de los Reptiles. Este grupo justificaba su creación al considerarse el primer gran grupo de organismos completamente extintos.
  • 1859. La selección natural como mecanismo detrás de los cambios de los seres vivos con el paso de las generaciones (o evolución, una idea que ya empezaba a flotar en las mentes de los naturalistas del siglo XIX) fue finalmente publicada en el año 1859 por Charles Darwin (1809-1882) en su obra El Origen de las especies, idea concebida gracias al viaje de circunnavegación que realizó Darwin en su juventud.
  • 1863. En el año 1863, Richard Owen describía el primer ejemplar descubierto de Archaeopteryx litographica, los restos fósiles de una "ave" encontrada en una cantera de Alemania; era indudable que poseía elementos tanto de las aves como de los reptiles, indicando que las aves habían evolucionado a partir de ancestros reptiles. Charles Darwin añadiría el descubrimiento en una edición posterior de su obra y este hallazgo sería utilizado como una prueba irrefutable de la existencia de la evolución.