Hojas y semillas fósiles de la gimnosperma Glossopteris, Pérmico superior, Dunedoo area, New South Wales, Australia. James St. John, CC-BY-SA 2.0 |
La física puso en movimiento a la Tierra alrededor del Sol. La geología nos dio el tiempo profundo, capaz de crear montañas de llanuras y transformar cordilleras en planicies por la erosión. La biología desterró la idea de especies constantes y nos reveló paisajes del pasado radicalmente diferentes. Pero se necesitarían las tres, física, geología y biología, para mover lo único inmóvil que quedaba: los continentes. La revolución científica de la tectónica de placas y la deriva continental fue la primera vez que se recurrió al Big Data y el inicio de una nueva forma de hacer ciencia en el siglo XXI.
Nuestra historia comienza con los años posteriores a la publicación de El Origen de las Especies. Las Islas Galápagos demostraban el poder explicativo cómo se podían producir especies nuevas gracias a las migraciones y a la exposición de los organismos a nuevos ambientes. Entender por qué las plantas y los animales se distribuían sobre el globo como lo hacían comenzó poco a poco a volverse la piedra angular de la historia natural. La teoría de la evolución mediante selección natural sugería que las especies surgían en un centro de origen del cual se dispersaban; conforme se iban dispersando las poblaciones hacia afuera del centro de origen, los individuos se enfrentaban a condiciones ambientales diferentes que hacían a la selección natural operar sobre su descendencia. De ese modo, si uno encontraba una especie en un punto determinado y un pariente de esta especie en otro, en el espacio entre ellas sería posible encontrar especies intermedias, ya fuera vivas o fósiles de las ya extintas.