El Flautista (1955). Foto de La Tête Kranclen. |
El flautista es una obra realizada por la pintora surrealista Remedios Varo (1908-1963), actualmente en exhibición en el Museo de Arte Moderno. Si bien la persona que toca la flauta es la protagonista de la escena, destacan los fósiles retratados del lado izquierdo. El fondo corresponde a una escena otoñal donde una fuerza mística invisible, representada por pequeñas curvas blancas, levanta las piedras cortadas a modo y las coloca en una construcción, una torre de tres piezas que da entrada a unas escaleras. La torre está incompleta y queda claro que la intención del flautista es invocar tal fuerza para terminar el diseño de la misma.
Remedios Varo contó a su hermano una vez en una carta que se trata del sonido de la flauta el que construye la torre octogonal, de la que una parte solo está dibujada porque está en la imaginación del flautista. La forma octogonal tiene que ver con la ley de las octavas, una creencia esotérica que se refiere a la organización del Universo.
La "ley de las octavas" no es una ley científica, como aclara Remedios Varo en su carta, sino que es más bien una creencia que implica que todo en el Universo se organiza en función de vibraciones, y recibe ese nombre porque se inspira en el arreglo de las notas musicales de la escala musical diatónica, que se considera la más natural para el oído humano y que consta de ocho sonidos (conformando la octava), esquematizado en el modelo do-re-mi-fa~sol-la-si-do, con tonos ascendentes.
De acuerdo con esta creencia, el simbolismo de la ley de las octavas supone que el Universo está organizado por vibraciones que permiten a la naturaleza organizarse de modo ascendente y progresar. Esta idea de progreso en la naturaleza se puede rastrear hasta la Antigüedad, e incluso predominó en el consenso académico antes de que se estableciera la teoría de la evolución. Por ejemplo, el naturalista sueco Carlos Linneo (1707-1778) diseñó tanto el sistema binomial como el sistema de clasificación jerárquica, que aún se emplean en biología, considerando que la naturaleza se organizaba en una escala natural que iba de las formas inferiores a las formas superiores, donde se encontraba el ser humano coronando la Creación.
Esta corriente de pensamiento se conoce actualmente como fijismo y concebía que la naturaleza no era transmutable, es decir, que los seres vivos no cambiaban con el paso del tiempo. Explicar el registro fósil a la luz del fijismo era muy difícil porque mostraban que la vida cambiaba; una de las primeras alternativas fue considerar que el registro fósil mostraba catástrofes, que implicaban la extinción de unas formas de vida y el remplazo de otras. El proponente de esta teoría fue el naturalista francés Georges Cuvier (1769-1832), que estableció que a lo largo del registro fósil era posible identificar grandes catástrofes que cambiaban la faz de la Tierra y extinguían toda o parte de la vida anterior. Fue así que logró encajar ciertas catástrofes bíblicas con el registro fósil, como el Diluvio Universal, y que crearía el arcaísmo criatura antediluviana, para referirse a los fósiles de los animales que se habían extinto por no haber encontrado cabida en el Arca de Noé.
Esta idea de catástrofes súbitas y violentas (catastrofismo) fue remplazada cuando el geólogo, médico, naturalista y químico escocés James Hutton (1726-1797) postuló que las fuerzas geológicas, químicas, físicas y biológicas que operan en los tiempos modernos operaron también en el pasado. Por ejemplo, la única forma en que una roca podía desgatarse era por la acción continua del agua o el viento sobre ella, lo que no era imposible, pero requería un tiempo más largo. Esto implicaba que la idea de una tierra con pocos miles de años, que eran los que postulaban los naturalistas con base en las suma de las edades de los protagonistas bíblicos, no habría permitido muchas de las estructuras geológicas observadas.
Neptunismo, plutonismo y el camino a la evolución
Los fijistas y los catastrofistas utilizaban la idea de que las rocas se creaban por procesos de disolución y cristalización de los minerales en el mar. Esta idea fue propuesta primeramente por el científico alemán Abraham Gottleb Werner (1749-1817), quien solía trabajar como inspector de minas y profesor de mineralogía. Werner planteó que el mundo había sido creado a partir de una esfera de mares con sales en disolución sobre un núcleo rocoso. Posteriormente, las sales comenzaban a precipitarse y cristalizarse formando las rocas y emergiendo de las aguas como grandes masas continentales. Esto explicaba que en el fondo había rocas más duras y antiguas, mientras que hacia arriba había rocas más deleznables, blandas y jóvenes, con fósiles; así, el Diluvio Universal habría formado las rocas más recientes. Esto se conoció como neptunismo en alusión al dios romano de los mares, Neptuno.
En contraposición, James Hutton postulaba que los procesos volcánicos eran más importantes en la formación de nuevas rocas. Esta postura recibió el nombre de plutonismo en referencia al dios romano del inframundo, Plutón. El problema del plutonismo era que negaba el potencial generador de rocas de las aguas y, de manera implícita, lo sucedido durante el Diluvio Universal. Hutton también planteaba que la Tierra tendría que ser más vieja de lo que se planteaba inicialmente, creando el concepto de tiempo profundo. Sin embargo, definir qué tan "profundo" o "antiguo" también fue un problema que tardó en ser digerido por las sociedades de la época.
El plutonismo como explicación llevaba al uniformismo, que es esta idea de que los procesos que vemos en la actualidad son los mismos que actuaron en el pasado, como los volcanes creando nuevas rocas. Entre 1830 y 1833, el geólogo inglés Charles Lyell (1797-1865) retomaba las ideas de Hutton y publicaba su obra Principios de geología, donde explicaba cómo pequeños cambios sucesivos y acumulados podían dar origen a todas las estructuras geológicas a través de prolongados periodos de tiempo. La pregunta de qué tanto tiempo, era difícil de concebir ¿millones? ¿miles de millones?
Ya antes, el naturalista francés Georges Buffon (1707-1788) había postulado que la Tierra era una gran esfera caliente procedente del Sol y que se enfriaba gradualmente, datándola a 74,000 años de antigüedad. Siguiendo la misma lógica del enfriamiento, el físico inglés William Thompson, barón de Kelvin (1824-1907), postuló que a la esfera incandescente le habría enfriado en un tiempo de entre 24 y 100 millones de años.
La obra de Lyell influiría en sobremanera sobre el naturalista inglés Charles Darwin (1809-1888), quien utilizará esta noción de cambios acumulados durante largos periodos de tiempo para pasar de un catastrofismo a un transformismo gradual que daría lugar a descubrir el fenómeno de la evolución y proponer como mecanismo a la selección natural, tras un arduo trabajo de casi treinta años. El cálculo de Kelvin quedaba a la perfección con la idea de la evolución, pues 100 millones de años era una cantidad de tiempo suficiente.
Sería hasta principios del siglo XX que el geólogo británico Arthur Holmes utilizó métodos radiométricos utilizando isótopos radioactivos (historia que merecerá su propio espacio), en las rocas del Arqueano para llegar a la cantidad de 4,500 millones de años de edad [1].
Reinterpretando la torre octogonal
Tras esta perorata sobre cómo la escala musical nos llevó a la evolución de los seres vivos, el simbolismo que yo le atribuyo a esta obra es precisamente la representación de los fósiles como los constructores de la teoría de la evolución. En el contexto de la historia de la ciencia, fueron los fósiles los que comenzaron a meter ruido en las explicaciones fijistas y de la escala natural. La mayor parte de la torre se compone de fósiles de amonitas, que son moluscos del periodo Jurásico, pero también hay una hoja de helecho y un trilobite en el suelo, posiblemente ambos del Paleozoico.
Así que podríamos decir que ese flautista y su torre octogonal pueden funcionar como una alegoría a la historia del descubrimiento de la evolución.
Para finalizar, unas notas biográficas sobre María de los Remedios Alicia Rodriga Varo y Uranga, mejor conocida como Remedios Varo. Varo nació en la ciudad de Aglès, localizada en la Provincia de Gerona en la Comunidad Autónoma de Cataluña, España. Estudió en la Academia de San Fernando a la edad de 15 años y al terminar sus estudios de arte se casó con Gerardo Lizárraga, uno de sus compañeros de clase, con quien primero se mudó a París para al año siguiente asentarse en Barcelona. En 1932 se separa de su esposo y conoce al pintor Esteban Francés, quien la introduce en el círculo y escuela surrealistas.
Con la llegada de la Guerra Civil española, Varo se pone del lado de los republicanos y adopta una postura antifascista. En este ambiente conoce al poeta Benjamin Péret, con quien establece una relación amorosa y con quien huye a París de España; ahí permanecen hasta 1941, cuando los nazis invadieron Francia. Varo y Péret utilizaron ese año la política de acogida de refugiados que impulsó el presidente mexicano Lázaro Cárdenas, que les permitió naturalizarse inmediatamente y comenzar a trabajar.
Péret no se quedó en México y regresó a Francia, ya liberada, en 1947, separándose de Varo. Ese mismo año, Varo parte a Venezuela como ilustradora científica en una expedición del Instituto Francés de América Latina. Dos años después, Varo regresa a Ciudad de México para continuar su trabajo como diseñadora publicitaria.
En 1952 se casó con el político austriaco Walter Gruen, quien le alentó a continuar su carrera como pintora y dedicar tiempo a la misma. En ese momento, México era un hervidero de refugiados políticos, como a la pintora y escritora anglo-mexicana Leonora Carrington (1917-2011), quien sería una fuerte influencia para Varo; además de establecer nexos con otros artistas como Frida Kahlo y Diego Rivera.
Su primera exhibición fue en 1955, año en el que está fechada la obra de El Flautista, en Ciudad de México. Varo vivió el resto de su vida en México, país que pasó de ser una nación tolerante a una represora y autoritaria hacia principios de 1960. Varo murió de un paro cardíaco el 8 de octubre de 1963.
Los elementos de El Flautista, como la arquitectura de la torre y la construcción con piedras calizas, reflejan un sentimiento de añoranza, pues los motivos arquitectónicos (la forma escalonada de la torre y las escaleras) son parecidos a los que se encuentran en la población gerundense de Aglès, además de que están construidos con rocas fosilíferas procedentes de las canteras de Gerona.
[1] Cuando los geólogos determinaron que había dos tipos de rocas, las que se formaban por procesos de sedimentación y las que se formaban por procesos volcánicos, se hicieron populares dos términos: rocas neptúnicas y plutónicas, respectivamente. Sin embargo, esos términos cayeron en desuso por los más intuitivos de sedimentarias e ígneas. Dentro de las rocas ígneas siguen existiendo las rocas plutónicas, un término que se refiere a que el magma se enfría lentamente dentro de la corteza sin salir de ella, pero actualmente se prefiere el término de rocas ígneas intrusivas en contraposición de las extrusivas, que se forman por el enfriamiento más rápido de la lava (magma que sale a la superficie).
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